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Alimentación con leche de animales. Loba, Rómulo y Remo. Tapabocas, Francia 1990-2000

Tapabocas cañon Marina Somme. Loba capitolina amamantando a Rómulo y Remo, Tito Livio.

Dimensiones: 135 mm, 10 mm

MaterialBronce
ContinenteEuropa
Año1990-2000

Los tapabocas eran, en origen, unos tacos cilíndricos de madera, con que se protegía de la humedad el ánima de las piezas de artillería en los barcos. Desde finales del siglo XIX se fabrican en bronce y decorados, habiéndose convertido hoy en objetos decorativos montados sobre madera. En Francia, la Fundición de Arte M. Mercier “BRONCES DE MOHON”, provee a la Marina Nacional.

Lupam sitientem ex montibus, qui circa sunt, ad puerilem vagitum cursum flexisse; eam summissas infantibus adeo mitem praebuisse mammas. (Una loba sedienta de los montes cercanos se desvió hacia el llanto de los niños y, con mansedumbre, se inclinó sobre ellos y les ofreció sus mamas).

Esta es la maravillosa (pero increíble) descripción de Tito Livio (59 a.C. a 17 d. C.) en su Ab Urbe Condita (Historia de Roma desde su fundación, 1:4).
Increíble, porque la composición de la leche de cánidos es tan diferente de la de mujer, que los niños hubiesen fallecido en pocos días.

El mismo Tito Livio no concede veracidad a lo que acaba de contar, pues unas líneas más abajo, opina que la leyenda puede deberse al oficio de la mujer del pastor que recogió a los niños (meretriz, prostituta en un lupanar, una “loba”, como decían los pastores).

Los tapabocas eran, en origen, unos tacos cilíndricos de madera, con que se protegía de la humedad el ánima de las piezas de artillería en los barcos. Desde finales del siglo XIX se fabrican en bronce y decorados, habiéndose convertido hoy en objetos decorativos montados sobre madera. En Francia, la Fundición de Arte M. Mercier “BRONCES DE MOHON”, provee a la Marina Nacional.

Lupam sitientem ex montibus, qui circa sunt, ad puerilem vagitum cursum flexisse; eam summissas infantibus adeo mitem praebuisse mammas. (Una loba sedienta de los montes cercanos se desvió hacia el llanto de los niños y, con mansedumbre, se inclinó sobre ellos y les ofreció sus mamas).

Esta es la maravillosa (pero increíble) descripción de Tito Livio (59 a.C. a 17 d. C.) en su Ab Urbe Condita (Historia de Roma desde su fundación, 1:4).
Increíble, porque la composición de la leche de cánidos es tan diferente de la de mujer, que los niños hubiesen fallecido en pocos días.

El mismo Tito Livio no concede veracidad a lo que acaba de contar, pues unas líneas más abajo, opina que la leyenda puede deberse al oficio de la mujer del pastor que recogió a los niños (meretriz, prostituta en un lupanar, una “loba”, como decían los pastores).